Verano, 18:30 horas, me subo
al vagón del tren, la verdad es que está repleto, apenas cabe un alfiler.
Avanzo hasta al fondo. Tengo 45 minutos de trayecto para llegar a mi destino.
Esta tarde, en Santiago, hubo alrededor de
34º grados, por lo que llevo puesta una pequeña falda de jeans, una polera de
pabilos color rojo y unas sandalias, vestimenta acorde para un día caluroso, pero
no para viajar en metro; ¿o sí?
Voy leyendo la publicidad que está en el
vagón, comienzo a sentir el vaivén de alguien que está detrás de mí, por unos
segundos omito la situación, pienso que es producto del tren. El roce cada vez es
más fuerte y constante, intento voltear para ver qué sucede, quién es, pero me
es imposible girar, callo, la verdad es que me excita sentir que un desconocido
estuviera tan cerca de mí, es como una fantasía que ha rondado por mi cabeza en el último tiempo.
Lentamente empiezo a moverme muy
suave hacia atrás, quiero
seguir sintiendo ese bulto que se restriega en mi trasero, una mano comienza a
subir por mi muslo, mientras en mi oído me susurran “shhhh”, sus dedos
siguen escalando por mi cuerpo hasta llegar bajo mi falda; se quedan sobre mi
ropa interior.
Aquel desconocido da inicio a
sus cariños, cierro los ojos y disfruto del placer que esto me provoca. Siento como
sus dedos se mueven en forma circular sobre mi ropa, y como ésta, comienza a
humedecerse. Ya terminó con los minutos de caricias, ahora mete sus dedos
debajo de mi tanga y recorre todos mis recovecos, casi exploto de placer, es
impresionante el deleite que me está entregando este anónimo hombre. Me aguanto
las ganas de pedirle que continúe con su trabajo manual, mientras a la
vez cargo mi cuerpo hacia atrás y noto como ese bulto va creciendo cada vez
más.
Llegamos a la estación combinación,
mucha gente entra al vagón – a la fuerza-, por lo que me pego mucho más a aquel
desconocido, -situación perfecta para que él-, lentamente empieza a subir mi
pequeña falda, sin dejar de masturbarme, lo hace de una manera en la que ningún
otro chico lo había hecho antes. Su mano
separa algunos centímetros mis piernas, me agarra fuerte por las caderas y me
introduce su gran pene. Fueron alrededor de tres embestidas completamente
placenteras.
Me dice al oído “aquí me bajo”.
Nunca pude ver su rostro.
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